Como todos los que alguna vez pasaron por una Redacción que tuviera una sección Carreras, Mariano Wullich fue un compañero que estaba siempre predispuesto para la charla, hasta provocar más de una vez el reto de Carlos Losauro, jefe de Deportes de La Nación, que le exigía que no distrajera a su tropa. Ese era uno de los rasgos salientes de Mariano, el más bienvenido.
Antes de ser compartir ese ámbito, la misma cofradía del turf nos llevó a las ingratas vigilias por la internación final de Irineo Leguisamo y la del Topo Sanguinetti, que no pudo volver a correr; la leyenda que moriría en 1985 en el Sanatorio Palermo y uno de los mejores jockeys que hayan competido en los últimos 60 años en la Argentina. Los dos uruguayos. Y ciertas mañanas de ensayos en San Isidro, además de las grandes jornadas de Palermo, San Isidro y La Plata, que incluyó un inolvidable diluvio de regreso de un Dardo Rocha de madrugada, cuando fue un genial copiloto que venció a la casi nula visibilidad.
Después, Wullich –todos nos llamábamos por el apellido, casi siempre- que disfrutaba de hacer las crónicas de asistentes al comedor de la Oficial de los hipódromos, para los grandes premios, y mantenía una relación indisoluble con el campo y la exposición Rural, trasvasó aquellas charlas entretenidas a las crónicas costumbristas y de personajes inefables a las páginas de Información General, pero nunca dejó de hablar ni de disfrutar de las carreras.
Incluso, Juan Carlos Bagó e Ignacio Gutiérrez Zaldívar lo convocaron para uno de los libros anuales que el laboratorio lanzó, titulado El Caballo. El capítulo dedicado a los pura sangre fue amplio, por supuesto, con lo que el periodista demostraba que seguía siendo de los nuestros.
Mariano Wullich falleció anteayer, a los 60 años.
por Gustavo S. González
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